Las peripecias desconocidas de las proyecciones

Entre los edificios históricos de nuestro pueblo hay uno muy importante y quizás poco valorado por la gente en general. Quizás sea porque hace mucho tiempo que está cerrado al público o porque su fachada no muestra con justicia lo que atesora puertas adentro.

El cine fue construido por la empresa Shell y era un punto de encuentro social para divertimento e información. A fines de la década de 1960, paso a manos de la entonces recientemente creada CoViDiAr (Cooperativa de telefonía, viviendas y servicios públicos de Diadema Argentina).

Durante los años en los que funcionó el cine deben de haberse generado una cantidad enorme de anécdotas producto de la misma vida del cine y las personas que asistían al mismo.

Un vecino nos contó algunas de ellas ocurridas aproximadamente a mediados de los años 70’s:

  • “Las corridas por los carreteles”

 

En una época en la que internet no existía, donde no había televisión por cable y menos televisión satelital, para ver una película uno tenía que contar físicamente con la película en rollo. Es así que una película ocupaba aproximadamente 12 rollos de cinta. Las películas viajaban de Sur a Norte o de Norte a Sur por todos los cines de la Patagonia. Según dicen, dichos establecimientos  eran de Roque González. Las películas que entraban y salían del circuito eran ordenadas por él.  El cine de Diadema estaba dentro de este circuito. En el recorrido entre el cine Coliseo del centro de Comodoro Rivadavia y el Cine de Astra estaba estaba el cine de Diadema. Al terminar una función alguna de las personas que colaboraba para las proyecciones cargaba las latas de los rollos en algún auto y salía raudo con destino a alguno de estos cines. La llegada segura y a tiempo de los rollos desligaba al cine de Diadema de responsabilidad sobre la película.

  • “Equilibristas sin red”

Cada cinta iba metida en una caja de aluminio.  Durante la proyección, cuando un rollo se terminaba se debía continuar con el rollo siguiente.
La operativa, antes de la sesión de las 18, era abrir los rollos y dar vuelta la película mediante un aparato que se hacía girar con una manivela, ya que de la sala anterior venía al «revés», y de la misma forma se enviaba de regreso. Generalmente venía bien, pero a veces la cinta de celuloide estaba cortada. En ese caso, en los extremos del corte se raspaba, se la colocaba en una pequeña base que tenía los orificios de la cinta, se aplicaba acetona y quedaba pegada prosiguiendo con el giro.

Una vez dados vuelta todos los rollos, se revisaban los carbones de arco voltaico para ver su longitud calculando si eran suficientemente largos para el rollo y unos cinco minutos antes de la hora se encendían y se montaba la película. Llegada la hora se encendía la máquina y mediante un pedal se abría el obturador y comenzaba la proyección. Mientras tanto el otro operador tenía la máquina pronta para el inicio del segundo rollo y eso sucedía cuando en la pantalla aparecían varios puntos blancos debido a perforaciones que tenía la cinta. Al verlos, encendía la parte motora de la máquina, apretaba el pedal, se cerraba el obturador de la primera máquina y abría el dela segunda, así sucesivamente.

Era todo una maniobra a ejecutar con determinación y precisión, ya que, del corte de película en vivo “no había vuelta atrás”. Era un acto de equilibrismo sin red de contención. Se necesitaban dos personas para la maniobra. El público era exigente y ante algún inconveniente se lo hacía saber rápidamente a los que proyectaban.
Si se cortaba la cinta durante la función, se suspendía por unos minutos (con las protestas del público), se empalmaba simplemente superponiendo sobre el rollo dando unas vueltas y seguía la función.
La próxima sala que recibía la película procedía a repararla.

  • “Sacá la mano Pocho”

En otras épocas, ver una película en el cine era todo un acontecimiento que el pueblo esperaba con ansiedad y donde se podía ser testigo tanto de la proyección como de la preparación de todo el proceso. Era así que uno conocía a quienes trabajaban en las proyecciones y las tareas que ello incluía. En el caso del cine de Diadema eran conocidos los que ayudaban a realizar las proyecciones.

Uno de ellos, el “Pocho Lorenzi”, ganó cierta notoriedad por el tema de la censura. Cuando en alguna película había alguna escena medio escabrosa o subida tono, el proyectista Lorenzi ponía la mano delante de la lampara y esas escenas no salían del cuarto de proyección. En el cine, todo quedaba a oscuras e inmediatamente varias personas del público gritaban: “Pocho! Pocho! Sacá la mano Pocho!!”  Ya todos sabían que era él…

  • “Diferencia de clases”

Era una costumbre que en todos los cines del país la gente importante va a platea, es decir abajo cerca del escenario, y la plebe va arriba en el pullman o gallinero.  En Comodoro se seguía esta tradición. Sin embargo, acá en Diadema era al revés. Las butacas cómodas, mullidas y espaciadas están arriba. Ese era el área destinada a los “importantes” que eran los doctores, los ingenieros, personal jerárquico de la Shell y demás personalidades de renombre.

 

  • “Mucho calor”

Una de las características que presentaba este tipo de proyección, es que las maquinas proyectoras generaban una cantidad considerable de calor y dependiendo de las condiciones ambientales y el mantenimiento de las mismas, existía un alto riesgo de que la película se prendiera fuego espontáneamente, lo cual podía acarrear consecuencias terribles. El que haya visto la película «Cinema Paradiso» sabrá de lo que hablamos. Por ello siempre había a mano un extintor como éste:

 

 

Actualmente el cine se encuentra cerrado al público y pertenece a CoViDiAr.

Un grupo de vecinos ha comenzado a trabajar en conjunto con CoViDiAr y otras instituciones del barrio en un proyecto para la restauración, habilitación y una pronta reapertura del Cine.

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail